Viena, a finales del siglo XIX, era una ciudad de una belleza casi insultante. Un escenario de vals, ópera y palacios imperiales. Pero bajo esa fachada de esplendor, hervía un caldero de tensiones, neurosis y secretos. Hacía falta alguien con el valor de mirar más allá del oropel, y ese alguien fue Sigmund Freud.
Adentrarse en la Viena de Freud es como coger el bisturí de un cirujano para diseccionar el alma de la ciudad. Es un viaje que va más allá de los monumentos. Es un paseo por el inconsciente colectivo de una época que cambió para siempre nuestra forma de entendernos. Y todo empezó en una dirección que hoy es un lugar de culto: Berggasse 19.
Los Primeros Años: De Freiberg a la Viena Imperial
Sigismund Schlomo Freud no nació en Viena. Vio la luz en 1856 en Freiberg, Moravia, que hoy pertenece a la República Checa. Su familia, de origen judío, se vio obligada a mudarse a Viena cuando él tenía solo cuatro años. Buscaban oportunidades, huyendo del antisemitismo que se respiraba en las provincias.
La Viena que lo recibió fue una metrópolis en plena ebullición. El joven Freud creció viendo cómo se demolían las antiguas murallas para dar paso a la majestuosa Ringstrasse. Fue un testigo privilegiado de la construcción de una ciudad que se proyectaba al futuro. Sin embargo, su relación con ella siempre fue de amor-odio. La consideraba su hogar, pero también una prisión de convencionalismos.
La Formación de un Genio: La Universidad y el Hospital General
Freud fue un estudiante brillante. Se matriculó en la Facultad de Medicina de la Universidad de Viena en 1873. Este imponente edificio de la Ringstrasse, que hoy puedes visitar, fue el escenario de su primera inmersión en la ciencia. No le interesaba la práctica médica convencional, sino la investigación.
Tras graduarse, comenzó a trabajar en el Hospital General de Viena (Allgemeines Krankenhaus). Allí se especializó en neurología. Pasaba horas en el laboratorio, estudiando el sistema nervioso de las anguilas o las propiedades de una nueva droga que le habían presentado: la cocaína. Menudo lío se montaría con eso más tarde, aunque sus estudios iniciales fueron pioneros.
Esos años de formación fueron cruciales. Se dio cuenta de que muchas dolencias de sus pacientes, especialmente los casos de «histeria», no tenían una explicación física. La respuesta debía estar en otro lugar, en una parte de la mente que aún no había sido explorada. La semilla del psicoanálisis ya había sido plantada.
El Nacimiento de una Idea: De la Hipnosis a la «Cura por el Habla»
Un viaje a París para estudiar con el famoso neurólogo Jean-Martin Charcot lo cambió todo. Allí vio cómo se utilizaba la hipnosis para tratar a pacientes histéricas. Comprendió que los síntomas físicos podían tener un origen puramente psicológico. Volvió a Viena con la cabeza llena de ideas revolucionarias.
Junto a su amigo y mentor, el respetado médico Josef Breuer, comenzó a trabajar en el caso de «Anna O.» (Bertha Pappenheim). Descubrieron que, cuando la paciente hablaba de sus traumas bajo hipnosis, sus síntomas mejoraban notablemente. Ella misma lo bautizó como la «cura por el habla» o «limpieza de chimenea». Era el embrión de la terapia psicoanalítica.
Freud acabaría abandonando la hipnosis. Se percató de que no todos los pacientes eran hipnotizables y que la clave estaba en la asociación libre. Se trataba de dejar que el paciente hablara sin censura. El terapeuta solo debía escuchar y buscar los patrones, los hilos que conectaban el presente con un pasado reprimido.
Berggasse 19: El Santuario y Laboratorio del Psicoanálisis
En 1891, Freud se mudó con su familia a un piso en el número 19 de la calle Berggasse. No podía imaginar que esa dirección se convertiría en sinónimo de su legado. Durante casi cincuenta años, este fue su hogar, su consulta y el epicentro de la revolución psicoanalítica. Hoy, visitar el Museo Sigmund Freud en este mismo lugar es una experiencia flipante.
Al entrar, se siente una energía especial. El espacio fue restaurado para reflejar cómo era en su época. La famosa sala de espera, donde los pacientes aguardaban nerviosos, está llena de fotografías y documentos. Se pueden ver las cartas, los libros y los objetos que formaban parte de su vida cotidiana.
El corazón del museo es, por supuesto, el espacio donde se ubicaba su consulta. El diván original está en Londres, a donde fue llevado en su exilio, pero una réplica y el ambiente recreado te permiten imaginar la escena. Los pacientes se tumbaban en ese diván, evitando la mirada de Freud, que se sentaba detrás, para poder hablar con total libertad.
La consulta estaba repleta de su impresionante colección de más de 2.000 antigüedades. Estatuillas egipcias, romanas y griegas se agolpaban en cada rincón. Para Freud, la arqueología era la metáfora perfecta del psicoanálisis: un trabajo minucioso para desenterrar las ruinas de un pasado olvidado.
Los Sueños, el Inconsciente y los Lapsus Linguae
Fue en Berggasse 19 donde Freud escribió su obra maestra, «La interpretación de los sueños», publicada en 1900. Sostenía que los sueños no eran absurdos, sino la «vía regia hacia el conocimiento de lo inconsciente». Eran deseos reprimidos, miedos y conflictos que afloraban disfrazados de símbolos.
Desarrolló su famoso modelo de la mente: el Ello (los instintos primarios), el Yo (la parte racional que media con la realidad) y el Superyó (la conciencia moral, las normas sociales interiorizadas). Nuestra vida psíquica, según él, era un campo de batalla constante entre estas tres fuerzas. Menuda movida interna llevamos todos.
También nos enseñó a prestar atención a los pequeños errores, los «lapsus linguae» o actos fallidos. Cuando llamas a tu pareja actual por el nombre de tu ex, no es un simple despiste. Para Freud, era un lapsus de manual, una verdad del inconsciente que se abre paso a través de una grieta de la censura.
Los Cafés Vieneses: El Diván Público de la Burguesía
Para entender a Freud, hay que entender la cultura del café vienés. Los cafés eran una extensión del salón de casa, el despacho y el club social. Eran lugares para leer la prensa internacional, para escribir, para debatir y, sobre todo, para darle vueltas al coco. Eran el diván público de la ciudad.
El café favorito de Freud era el Café Landtmann, en la Ringstrasse, muy cerca de la Universidad. Era un lugar elegante y sobrio donde solía reunirse con colegas y amigos. Se dice que pasaba horas allí, jugando a las cartas, observando a la gente y, sin duda, perfilando sus teorías. Hoy puedes sentarte en una de sus mesas y pedir un café «melange», imaginando al profesor Freud en la mesa de al lado.
Este vínculo con los cafés hace que el legado de Freud sea muy accesible para cualquier visitante. No se trata solo de visitar un museo, sino de participar en un ritual vienés que él mismo practicaba. Coger un tranvía, sentarse en un café histórico y observar la vida pasar es una forma muy freudiana de hacer turismo.
El Círculo Psicoanalítico de los Miércoles
A partir de 1902, el piso de Berggasse 19 se convirtió en la sede de la Sociedad Psicoanalítica de los Miércoles. Un pequeño grupo de discípulos, entre los que se encontraban futuras estrellas como Alfred Adler y Carl Jung, se reunía en la sala de espera de Freud para discutir casos y desarrollar la nueva ciencia.
Estas reuniones fueron el germen del movimiento psicoanalítico mundial. Sin embargo, también fueron el escenario de amargas disputas. Freud era una figura paternal, pero también autoritaria. Exigía lealtad a sus ideas, y las rupturas con sus «hijos» intelectuales, como Jung y Adler, fueron dramáticas y dolorosas.
Freud y el Arte: Entre el Subconsciente y la Antigüedad
La pasión de Freud por el arte y la arqueología no era un simple hobby. Creía que los artistas eran capaces de acceder al inconsciente de una forma intuitiva, expresando verdades universales sobre la condición humana. Analizó obras como el «Moisés» de Miguel Ángel o los recuerdos de infancia de Leonardo da Vinci, buscando pistas sobre la psique de sus creadores.
Su colección de antigüedades era su tesoro. Cada estatuilla tenía un significado, conectando su trabajo con la búsqueda milenaria del autoconocimiento. Cuando visites el Museo de Historia del Arte (Kunsthistorisches Museum) de Viena, con sus impresionantes colecciones egipcias y romanas, recuerda que Freud paseó por esas mismas salas, buscando inspiración y confirmación para sus teorías.
El Amargo Exilio: La Huida del Nazismo
Freud vivió casi toda su vida en Viena, pero no murió allí. En 1938, con la anexión de Austria por la Alemania nazi (el Anschluss), su vida corrió un grave peligro. Como judío y como padre de una ciencia considerada «degenerada», se convirtió en un objetivo del régimen. La Gestapo registró su piso en Berggasse 19 y detuvo a su hija Anna para interrogarla.
Estaba hasta las narices de la situación, pero se negaba a irse. Creía que abandonar Viena era una cobardía. Fueron sus amigos y discípulos, especialmente la princesa Marie Bonaparte, quienes lo convencieron. Pagaron un enorme «rescate» a los nazis para que le permitieran salir del país. En junio de 1938, Freud cogió un tren por última vez y partió hacia el exilio en Londres.
Dejó atrás su ciudad, sus libros y gran parte de su colección. Murió un año después, en 1939, a causa de un cáncer de mandíbula que lo había atormentado durante años. Su marcha fue una pérdida irreparable para Viena, una herida que tardaría décadas en empezar a sanar.
El Legado de Freud en la Viena Actual
Hoy, Viena ha hecho las paces con su hijo más universal. Seguir la ruta freudiana es una manera fascinante de descubrir la ciudad. Empiezas en el Museo Sigmund Freud en Berggasse 19, el kilómetro cero de esta peregrinación. Después, puedes pasear por el campus de la Universidad, tomarte un apfelstrudel en el Café Landtmann o visitar la Cripta Imperial, aunque él no esté allí.
Incluso puedes acercarte al Narrenturm (la Torre de los Locos), el primer edificio del mundo diseñado para albergar a enfermos mentales. Aunque Freud nunca trabajó allí, es un recordatorio de la historia de la psiquiatría contra la que él se rebeló. Su legado no está en un solo edificio, está en el aire, en la forma en que el mundo aprendió a hablar de sus sentimientos.
Viena es una ciudad que se lee como un texto freudiano, llena de símbolos ocultos y significados profundos. Si pudieras tumbarte en el diván de la historia, ¿qué pregunta le harías a Freud sobre su Viena? ¿O quizás ya has recorrido sus pasos y has tenido tu propio «momento freudiano» en algún café? ¡Comparte tus neuras y descubrimientos en los comentarios! Tu visión podría desvelar una nueva capa de esta ciudad inagotable.