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Beethoven en Viena: Cómo la Sordera Dio a Luz a un Genio Inmortal y a la Novena Sinfonía

Beethoven en Viena Cómo la Sordera Dio a Luz a un Genio Inmortal y a la Novena Sinfonía

Imagínalo por un momento. Es el 7 de mayo de 1824 en el Theater am Kärntnertor de Viena. Se estrena la obra más esperada de la década, una sinfonía colosal. En el escenario, un hombre de pelo revuelto y mirada fiera marca el tempo con una energía desbordante. Al finalizar, el público estalla en un aplauso atronador, lanzando sombreros y pañuelos al aire. Pero el hombre no se inmuta. Permanece de espaldas, perdido en su mundo, hasta que una joven solista le tira de la manga y le gira suavemente para que contemple, con sus ojos, el delirio que sus oídos ya no pueden escuchar. Ese hombre era Ludwig van Beethoven.

Esa noche no solo se estrenó la Novena Sinfonía. Esa noche se inmortalizó el mito del genio romántico, del titán que, enfrentado al destino más cruel para un músico, no se rindió. Creó su obra más grandiosa, un canto a la hermandad universal, desde la más profunda de las soledades. Y el escenario de esa lucha épica fue Viena, la ciudad que lo adoptó, lo desafió y se rindió a sus pies.

El Joven Genio de Bonn Llega a Viena

Ludwig van Beethoven no era vienés de nacimiento. Este chaval con pinta de pocos amigos y un talento que no era de este mundo llegó a la capital de la música en 1792. Venía de Bonn con una misión clara: «recibir el espíritu de Mozart de las manos de Haydn». Viena, en aquel entonces, era el centro del universo musical, un lugar donde un joven con ambición podía labrarse un futuro.

Los primeros años fueron una pasada. Beethoven no tardó en hacerse un nombre, pero no como compositor, sino como un virtuoso del piano. Era un improvisador nato, capaz de dejar con la boca abierta a la flor y nata de la aristocracia vienesa en sus salones. Su técnica era potente, su expresividad, arrolladora. Se convirtió en la nueva estrella de la ciudad.

Los Primeros Años: Virtuoso y ‘Rompecorazones’

Su fama de pianista le abrió todas las puertas. Los príncipes y condes se lo rifaban. Lichnowsky, Lobkowitz, Kinsky… se convirtieron en sus mecenas, apoyando su carrera y aguantando su carácter endiablado. Porque Beethoven tenía una mala leche considerable. Era orgulloso, despreciaba las normas sociales y no se callaba una. Pero su música lo perdonaba todo.

En lo personal, fue una época de pasiones turbulentas. Se enamoró perdidamente de varias de sus alumnas aristócratas, pero esas relaciones estaban condenadas al fracaso por la diferencia de clases. La identidad de su «Amada Immortal», a quien escribió una de las cartas de amor más ardientes de la historia, sigue siendo un misterio que alimenta su leyenda. Era un genio en el piano, pero un desastre en los asuntos del corazón.

Las Primeras Sombras: El Testamento de Heiligenstadt

Hacia finales de la década de 1790, la catástrofe comenzó a asomar. Beethoven empezó a notar los primeros síntomas de su sordera. Al principio eran zumbidos, luego la dificultad para distinguir sonidos agudos. Para un músico en la cima de su carrera, era una sentencia de muerte. La angustia que sintió es difícil de imaginar.

En 1802, siguiendo el consejo de su médico, se retiró a Heiligenstadt, por entonces una tranquila aldea de viñedos a las afueras de Viena. Fue allí, en la más absoluta desesperación, donde escribió un documento estremecedor: el «Testamento de Heiligenstadt». Era una carta a sus hermanos donde confesaba su sordera, su vergüenza y sus pensamientos suicidas.

Pero en esa misma carta, tomó una decisión que cambiaría la historia de la música. «Fue solo mi Arte quien me contuvo», escribió. Decidió no quitarse la vida, sino aferrarse a ella para cumplir con su destino: componer toda la música que sentía en su interior. Fue un acto de desafío titánico. Hoy, la casa donde vivió ese tormento se ha convertido en el Museo Beethoven, una visita obligada para entender la profundidad de su drama.

La Lucha Interna y el Periodo Heroico

Tras la crisis de Heiligenstadt, Beethoven regresó a Viena transformado. El virtuoso galante dio paso a un compositor visionario. Su música se volvió más dramática, más personal, más grande. Es lo que se conoce como su «Periodo Heroico». Ya no buscaba agradar, buscaba conmover, sacudir y transformar.

La Sinfonía n.º 3, «Eroica», es el mejor ejemplo. Originalmente dedicada a Napoleón Bonaparte, a quien Beethoven admiraba como un liberador, retiró la dedicatoria con furia cuando este se coronó emperador. La sinfonía era un monumento sonoro al heroísmo, a la lucha del individuo contra la tiranía y el destino. Era su propia historia hecha música.

Un Paseo por la Viena de Beethoven

Seguir los pasos de Beethoven por Viena es una de las mejores formas de conectar con la ciudad. Se mudó de piso más de 60 veces, así que sus huellas están por todas partes. Una de las viviendas mejor conservadas es la Pasqualatihaus, en el centro de la ciudad. Desde sus ventanas se tiene una vista espectacular, y es fácil imaginarlo componiendo mientras observaba la Viena de su tiempo.

El Theater an der Wien es otra parada fundamental. Este teatro, que sigue en activo, fue el escenario del estreno de varias de sus obras más importantes, incluida su única ópera, «Fidelio». Asistir a un concierto aquí es como viajar en el tiempo. Y para una experiencia más relajada, nada como una excursión a Grinzing o Heiligenstadt.

Se puede pasear por los mismos senderos que él recorría entre los viñedos, buscando inspiración. Después, te sientas en un «Heuriger» (una taberna de vino local) a disfrutar de un vino joven, como seguro que él hacía. Es la Viena más auténtica y una forma maravillosa de entender de dónde venía la paz que a veces se encuentra en su música.

El Genio Aislado: Los Últimos Años

Con el paso de los años, su sordera se agravó hasta convertirse en total. El piano virtuoso se vio obligado a retirarse de los escenarios. Se comunicaba con amigos y visitantes a través de los «cuadernos de conversación», donde la gente le escribía preguntas y él respondía en voz alta. Cientos de estos cuadernos se conservan y son un testimonio conmovedor de su aislamiento.

Se volvió más excéntrico y solitario. Su aspecto era descuidado, su piso, un caos de partituras y restos de comida. Los niños de Viena a veces se burlaban de ese hombre extraño que deambulaba por las calles gesticulando y tarareando para sí. El genio estaba completamente atrapado en la prisión de su silencio interior.

Pero fue precisamente en este periodo de aislamiento total cuando su creatividad alcanzó cotas inimaginables. Compuso sus últimos cuartetos de cuerda, obras de una profundidad espiritual y una complejidad que se adelantaron un siglo a su tiempo. Y, por supuesto, se embarcó en el proyecto más ambicioso de su vida.

La Creación de un Hito: La Novena Sinfonía

La idea de ponerle música a la «Oda a la Alegría» del poeta Friedrich Schiller le rondaba la cabeza desde su juventud. Era un poema que celebraba la fraternidad universal, la unión de todos los hombres bajo el manto de la alegría. En sus últimos años, sintió que era el momento de lanzar ese mensaje al mundo.

La composición de la Novena Sinfonía fue un trabajo hercúleo que le llevó varios años. Rompió todos los moldes. Era más larga, requería una orquesta más grande y, en una audacia sin precedentes, introdujo un coro y solistas vocales en el último movimiento. Algo que no se había hecho nunca en una sinfonía. La obra era un fiestón sonoro.

El famoso «Himno de la Alegría» es la culminación de esa idea. Nace de forma casi tímida en los violonchelos y contrabajos y va creciendo, sumando instrumentos, hasta que explota con la entrada de la voz humana. Es un grito de esperanza y hermandad lanzado desde el abismo del silencio.

El Estreno: El Triunfo Definitivo

El estreno fue un acontecimiento social de primer orden. Beethoven no había presentado una obra nueva en años y toda Viena estaba expectante. Aunque oficialmente el director era Michael Umlauf, Beethoven insistió en estar en el escenario para marcar el tempo. Umlauf tuvo que advertir a los músicos que ignoraran al compositor y le siguieran solo a él.

El éxito fue apoteósico. El público, que incluía a figuras como Franz Schubert, entendió que estaba presenciando un momento histórico. La ovación fue tal que la policía tuvo que intervenir. Y en medio de todo, la imagen de Beethoven, ajeno al estruendo, confirmaba el milagro. No necesitaba oír para crear belleza. Le bastaba con sentirla.

El Final del Titán y su Legado en Viena

Beethoven murió el 26 de marzo de 1827, durante una terrible tormenta. Su funeral fue el de un héroe nacional. Se estima que más de 20.000 vieneses salieron a la calle para despedir al hombre que había definido la identidad musical de su ciudad. Fue un reconocimiento masivo a una vida de lucha y genialidad.

Su tumba se encuentra en el Cementerio Central (Zentralfriedhof). Es emocionante visitar su lugar de descanso, en la sección de los grandes músicos, rodeado de compañeros como Schubert (quien fue uno de los portadores del féretro), Brahms y Strauss. Es un lugar que impone respeto y que resume la increíble riqueza cultural de Viena.

La Viena de Beethoven no es solo de palacios y museos, es un testamento a la resiliencia del espíritu humano. Su música no es solo para ser escuchada en una sala de conciertos; es para ser vivida en las calles, en los parques y en las colinas que él tanto amó. Es la banda sonora de la victoria de la voluntad sobre la adversidad.

Cuando escuches la «Oda a la Alegría» resonando en una plaza vienesa, ¿pensarás en ella de la misma manera? Cuéntanos en los comentarios qué obra de Beethoven te pone la piel de gallina o qué lugar de su Viena te mueres por visitar. ¡Tu pasión puede inspirar la banda sonora del viaje de otro!

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